sábado, 16 de mayo de 2009

La banalidad del mal

Hoy me acordé de que había escrito “Siento que nada escapa a lo mediocre y banal. Todo está manchado con la inmundicia que desprende el marketing. Esa costra asquerosa y adherente que queda en la cabeza de la gente. Son como los ecos de los ecos de la propaganda reconvertidos en valores éticos y estéticos. Gente que cree aleccionar, porque se aprendió los cuentitos de la tele. La gente es idiota. Espera el aplauso. Cree tener derecho al mismo después de coincidir con el discurso histriónico del tertuliano universal. Se queda desamparado, ultrajado, traicionado por la falta de público que vitoree y avale su ingenioso calco. Máxime en la presencia de un abucheable personaje que osa pensar por sí mismo. La falta de público les viene a decir "la vida no es prensa rosa". Caso omiso.”
Alguien me hablaba de conciencia social. Y a mi se me antojó como una especie de ente supra-individual que se interna en nuestra personalidad y toma decisiones. Yo me negué a que tal cosa pudiera tener lugar, y me dijo que entonces niego la sociología. A lo que respondí, “y a mí que me importa”.
La verdad es que creo que todo ese rollo les sirve a las dos partes implicadas. Por un lado están los ciudadanos, con sus vacíos existenciales, con su miedo a la muerte, con su ansiedad por la separatidad (soledad, conciencia de), etc. Y por el otro, los grupos, las organizaciones, las naciones. Van tendiendo anzuelos, regándolo todo con llamamientos solemnes al espíritu patriótico, al amor a la bandera, la madre patria, al sentimiento de unidad, a todo lo que es sagrado civismo. Lo que se aleje del statu quo es desorden, desobediencia, desacato, revuelta, anarquía, disidencia, delincuencia y/o locura.
Nadie fue tan loco como para apartarse de la senda del nazismo en la Alemania de los 30’, y hay pocos locos que se apartan del caminito bordeado de flores y tragamonedas que construyen los grandes capitales financieros del mundo y sus lacayos hijos de puta locales. La gente llena sus huecos con esos caramelos. Y después si viene alguien a decirles que son idiotas, conducen la mano que sujeta la porra que te da en la cabeza. Todo queda justificado por los altísimos fines comunes. Ay Hannah Arendt, la banalidad del mal. No es que sean malos, es que son idiotas. Después viene Sartre y dice que el hombre es libertad. Si el problema no es que no tenga opciones para elegir. El problema es que lo están programando para elegir lo más cómodo.